jueves, 11 de febrero de 2010

JUAN DE DIOS MENA



JUAN DE DIOS MENA
(poeta, pintor, escultor… y gaucho)

Rigurosamente, dicho en nuestro idioma sencillo y expresivo, como nosotros lo entendemos, Juan de Dios Mena no fue huésped de Puerto Gaboto, sino uno de sus hijos gloriosos. Nació en 1897 en algún rancho del poblado. Una de las viejas acepciones de la palabra huésped le dan a éste la calidad de dueño del lugar y por eso a nuestro artista le asiste el derecho de entrar a formar parte de esta peculiar galería. Nosotros diríamos que fue huésped en su propia casa.

Su permanencia en Puerto Gaboto, fugaz y formativa, es suficiente para forjar algunos hechos y recuerdos. Precisamente, al hilvanar estos últimos, Mena nos ahorra la tarea de hacer el relato de su infancia y tiene la virtud de recordarnos la nuestra. En sus “Recuerdos” nos habla sencillamente así:

“Era un rancho de barro, con el techo de paja,
de tijeras muy rústicas y de cumbrera baja”

Descripción precisa de las viviendas que eran objeto de nuestra curiosidad en el barrio indiano cuando chicos (1) y luego más tarde cuando tratamos de arrancar si el secreto de esa arquitectura provenía de las veinte casas de paja que construyó Sebastián Gaboto en el primitivo pueblo de Sancti Spiritus. Lo cierto es que Mena, de recia contextura física y de regular estatura cuando adulto, si hubiese tenido que vivir sus años de plenitud en el rancho paterno, acaso tuviera que hacer una ligera reverencia para trasponer la entrada.

“Había un algarrobo que al patio daba sombra
y que endulza la lengua cada vez que se nombra”

Signo distintivo de una vegetación que aparece en el primer poblado hispano del país, este algarrobo debe haber sido una réplica del árbol donde fue asaeteado Sebastián Hurtado, salido de las páginas de Rui Díaz de Guzmán cuando nos cuenta el sacrificio de Lucía Miranda.

Amargo recuerdo para nosotros: para Mena niño, dulzura de fruto y sombra acogedora en el verano.

Continúa Juan de Dios indicándonos que función cumplió ese rancho:

“Allá empezó la vida, con sus pasitos lerdos
y de allí vienen estos viejos recuerdos,
como brisa cargada de silvestre fragancia
que renueva la añeja frescura de mi infancia.
Allí pase esas horas en que uno se desteta
de patas en el suelo, besando una galleta”

Gráfica expresión que abarca en conjunto a todos los niños gaboteros de aquella época. El pan nuestro de cada día, el pan de gringo, estaba desterrado. El panadero amasaba muy pocos kilos con levadura para una pequeña minoría, el resto, iba todo al horno para el pobrerío de la ranchada transformado en galletas por cuya consistente corteza resbalaban los dientes de leche de los más chicos hasta que, humedecida, conseguían incarse en ella. Así besaba Mena su galleta y también como todos los niños del lugar comenzaba a gatear descalzo para acostumbrarse a andar en pata.

“Creo que de muchacho no fui muy travieso”
nos dice, y como vergonzoso de no haberlo sido deja el verso sin su consonante.

“Me parece que nunca, porque si rompí un nido
lo hice inocentemente, por mirar al polluelo
que en la rama más alta se emborracha de cielo


Así tenía que ser. A fuerza de estar en contacto con la divina algazara de los pájaros, aprendimos a quererlos (2).

Otro, Juan de Dios, Juan de Dios Peza, el gran poeta mexicano nos había dicho antes, cantando al polluelo:

............................

“No lo mates, no lo hieras,
sé bueno y deja a la fiera
el vil placer de matar”.

Prosigue Mena en sus “Recuerdos”:

“Yo no tuve la suerte del juguete costoso,
pero por falta de eso no fui menos dichoso”

¿Quién tuvo la suerte del juguete costoso en el Puerto Gaboto de principios de siglos? Pocos o ninguno. Nos sentimos identificados con Juan de Dios Mena ante la ausencia de esa dicha de la infancia. Total… para qué habrían de servir los juguetes si los juegos eran otros, simulacros de las grandes distracciones populares como cuando jugábamos a las carreras de caballos con los “pichicos”, al balompié con una vejiga inflada, a las incipientes carreras de autos con un aro o rueda impulsada con un alambre en forma de horquilla y a otras inocentes diversiones en las que el recuerdo de la armónica de boca representaba la más codiciada baratija.
La felicidad estaba en nosotros mismos, y así lo expresa el poeta:

“No protesto ni culpo por mi origen modesto
Si hasta me sobran cosas que generoso presto
y quisiera en mis versos y lo mismo en mi vida
darme como en un cauce de agua limpia y florida…”


Pintor y escultor, pintaba y esculpía en su poesía. Sigue con las pinceladas de su rancho y burilando a punta de cuchillo en la madera blanda de sus sentimientos.

“En una de esas tardes en que se intercombinan
la tristeza del campo con velos de neblina,
andaba sus distancias la soledad feliz
montada sobre el pico de una inquieta perdiz.
Mi abuela, viejecita, como de setenta años
muy cargada de arrugas y muchos desengaños
me contaba pasajes de algún gaucho matrero
que yo escuchaba, atento, sentado en el mortero”.

Había muchos cuentos de gauchos para contar y generalmente ese era el tema preferido de los chicos que en su entorno recogían las imágenes y las palabras de sus mayores, saturadas de ese tipo de literatura oral. Las aventuras de los cuatreros dominados por el Comandante Pérez (3) que no por ser delincuentes no han de haber sido también matreros, corrían de boca en boca, como corrieron más tarde -acaso después que se fue la viejecita “como de setenta años”- las aventuras de Centurión (4).

La mejor silla para escuchar los cuentos, según se advierte, era el grueso mortero de piedra o de madera dura que, con su “mano” estaba siempre en la puerta de los ranchos listo para picar los granos de “abatí”, vieja herencia de los timbúes, que desde antes de los tiempos de Sebastián Gaboto, se venía cultivando en los alrededores.

“Y se quedaba, a veces, unos instantes muda,
como si en los recuerdos tuviese alguna duda,
o con largos suspiros entrecortaba el cuento,
en tanto que al alero lo iba peinando el viento”.

Efectivamente, el alero de muchos ranchos estaba hecho para ser acariciado por la brisa. Su borde, a propósito para que el aire jugueteara en él, dejaba escapar de su entretejido los flecos de un festón de achiras.

“Y ocurrió que el padrino llegó a ver mis abuelos
trayéndome un paquete grande de caramelos.
Habló casi en secreto, pero entendí que dijo
que yo iba a estar con ellos como si fuera un hijo.
- “Y lo que aquí te falta, puede que allí te sobre…
Así expresó mi madre... Y lloraba la pobre.
Después por el camino bordeado de aromitos
yo veía los ranchos cada vez más chiquitos...
Qué crepúsculo triste me esperaba al final
de ese viaje que fuera para mí tan formal”.


Sentirnos la fuerza de un paralelismo al escuchar estos últimos versos del adiós. Un paralelismo con el Gabotero que también se aleja:

“Con los ojos llenos de lágrimas se despidieron los viajeros en silencio y a medida que se iban alejando comenzaron a hacerse cargo de la realidad, hasta que las últimas copas de los árboles y la cruz de la iglesia desaparecieron de la vista” (5)

El desprendimiento infantil de Puerto Gaboto quedó sentado así en sus “Recuerdos” cuyas estrofas parcialmente hemos transcripto.

Sin embargo, aparentemente el poeta trata de evadirse de una triste reminiscencia. No quisiéramos descubrirla porque si él no la aventaba, era con seguridad para que no se supiese; pero, fieles a una realidad, aunque sea amarga, trataremos de decirla suavemente.

De entre unos apuntes que nos han llegado desde Resistencia, sin pie de autoría, entresacamos un párrafo:

“A Juan de Dios Mena lo acompañó desde la adolescencia un facón cabo de plata, orgullo de gauchos. En él había confiado la seguridad de su persona. Con él cruzó montes agrestes y enfrentó infinidad de peligros, teniendo por único testigo la soledad. A su espalda, la selva maravillosa, poblada de acechanzas. Con ese mismo tacón dibujó la sonrisa de su juvenil amor y escribió los primeros versos sobre la tierra árida. Con él talló los primeros grotescos”. (6)
No sería el mismo facón descripto: quizás alguna cuchilla de hoja larga, envainada al costado de su cintura, el arma que lo acompañaba en sus andanzas en Puerto Gaboto, cuando aún muchacho trabajaba en el almacén de Juan Larrategui, garabateando libros, libretas de fiado y papeles, y mezclándose en el quehacer de venta de la mercadería,
En aquel tiempo era necesaria la precaución de andar armado, en especial para quien tenía la virtud de ser “galante con las mujeres y mordaz con los hombres” o para quien, según uno de sus biógrafos, lo imaginaba “robando chinas en los ranchos, seduciéndolas con una copla” (7).
Mozo chacotón y alegre, había hecho culto del “visteo” con el propósito de ponerse a tono con uno de los juegos preferidos de la muchachada del pueblo. Su ejercicio perfeccionaba los reflejos naturales, daba elasticidad a las piernas y a los músculos, aguzaba la vista, ponía en juego las intenciones frente a los amagos y a los amagos frente a las intenciones y sometía a prueba la caballerosidad en el juego y la capacidad de no "calentarse" cuando sonaban las cachetadas.

La práctica generalmente era a mano limpia; pero para Mena y otros muchachos el adiestrarse así tenía poca gracia y preferían "vistear" con el cuchillo en la mano. Era una esgrima peligrosa, capaz de resultar sangrienta al mínimo descuido. Sin embargo, los contendores sabían atacar y defenderse de manera tal que siempre resultaban indemnes.

Nuestras madres, temerosas de que a sus hijos les ocurriese algo si pasaban del “visteo” inerme al armado, solían darnos consejos para desalentarnos.

- No te metas en esas prácticas, hijo- solían decir. La mayoría de las veces terminan mal pues "juego de manos, juego de villanos"; dicho español que no se avenía a la realidad gabotera, cuyo sentido ofensivo, solíamos corregir diciendo.

- No madre; juego de manos, juego de paisanos.

Y ocurrió lo previsto. Un día Juan de Dios, socarrón, alegre, seguro de sí mismo, inició el enésimo juego en un almacén de la localidad, con tal mala suerte que el cuchillo de su adversario, que no era la faca de un rival sino el instrumento de un amigo, lo hirió de gravedad en el cuerpo, sin quererlo, pues el encuentro había sido deportivo, sin ánimo alguno de reyerta.

Confuso episodio, cuya versión hecha circular primero por los testigos y luego por los que conocen la historia, la caratulan como un “accidente". La relación dice que Juan de Dios había ido un día al almacén de don Bautista Labat donde se desempeñaba como dependiente su amigo Gabriel. Empezó la chacota y Gabriel armado de un agudo y filoso cuchillo empezó a perseguir a su amigo dentro del lugar de trabajo. Mena tropezó y cayó de bruces detrás de una mesa. Desde el otro lado del mueble, con el cuchillo apuntando al lugar donde el perseguido había caído, sin verlo, Gabriel esperaba el momento en que Mena se incorporara para hacerle sentir acorralado; pero Mena, confiado, sin medir el peligro y las circunstancias, se levantó de súbito para proseguir su papel en este juego del gato y el ratón, con tal mala fortuna que el cuchillo le hirió entre las costillas, mientras Gabriel, no advertido, no pudo hacer nada para evitarlo y sufrió una aguda crisis de desesperación.

Más parece que esta escena fue creada “ex profeso" para la justicia de instrucción y la crónica policial con el fin de eludir responsabilidades y no demostrar que a uno de los contrincantes se le fue la mano.

Para su curación, con la lentitud y la incertidumbre de un viaje en tren, Juan de Dios Mena fue llevado a Rosario, y desde aquella fecha nuestro personaje se alejó de Puerto Gaboto "por el camino bordeado de aromitos”, no por el hecho de haber herido en su carne sino porque su amor propio de sintió herido.

Diríamos que el hecho conmovió sus sentidos y huyó buscando, una revancha en otras cosas más difíciles y así lo vemos trabajando como “escuadrón” en la ciudad de Rosario, mezclado entre gauchos correntinos y cuchilleros conchabados como milicos en la policía montada rosarina. En extraordinario cambio lo hallamos luego en la Capital Federal haciendo versos en la revista “Nativa" y cobrando cuentas a domicilio. Versátil, pasó rápidamente de la charrasca a la pluma. Pero el aire contaminado de las ciudades le asfixiaba, acostumbrado a la brisa cristalina del Coronda, y se aleja hacia el campo, rumbo al norte santafesino y luego a Colonia Baranda; provincia del Chaco. Su última escala es Resistencia, donde se planta como "capataz" en el "Fogón de los Arrieros" y bolichero en los bares conocidos como "Florida" y "América".

Había sido poeta y siguió siéndolo. Quería hacer trascender su sentimiento y sus imágenes; pero los versos son para quienes los leen y los interpretan. Muchos paisanos quedan afuera de este goce artístico.

Por eso, Mena, al decir “quisiera en mis versos y lo mismo en mi vida/ darme como en un cauce de agua limpia y florida", pensaba que su mano, su talento y su cuchillo podía traducir la dimensión de sus figuras para que todos las entendiesen, letrados y analfabetos, dando formas a los trozos de madera blanda que encontraba en abundancia en los bosques chaqueños.

¿De dónde recibió las lecciones de talla y de escultura? De ninguna parte. Observador cuidadoso de los tipos argentinos, ya sean ciudadanos, puebleros o campesinos, quedaron en él los trazos principales di esos personajes y, sencillamente, mediante el don empírico que le concedió la naturaleza, trasladó sus imágenes a la pulpa inanimada de un tronco para darles vida, gracia y significado.

Nada se le escapó de los usos y costumbres del campo: indios, criollos y gauchos desfilan en sus trabajos. Si hubiesen sido normales nadie hubiese reparado en ellos; pero, a propósito, los rostros, los cuerpos, los animales, sufren una deformación de quién sabe qué extrañas perspectivas o puntos de enfoque que el hombre simple califica de humor. No es ése el sentido que imaginó Mena, sino otro más sutil y agresivo, cargado de sabiduría, alegoría y tristeza.

Todas sus esculturas poseen un sello particular que no es nuestra misión advertir en detalle, pues ya lo ha hecho magistralmente Fernando M. Varela, uno de sus críticos (8).

Los grotescos resumen la realidad y no se crea que son para risa sino para pensar. Quien no quiera encontrar otra cosa en esos modelos, que no sea una vis cómica, disfruta del humorismo, y eso es decir bastante, pues Mena ha conseguido en ese caso arrancar del espectador una saludable reacción anímica y logrado que se consubstancie con su espíritu malicioso y chacotón. Superficialmente ha atraído a un amigo y si éste carece de profundidad para el análisis, eso ya no es culpa suya. En su fuero íntimo Mena sabe que "los muñecos viven el drama de los hombres" (9).

Ese mismo drama quiso el artista llevarlo a sus pinturas, pero el arte tridimensional fue más fuerte y le hizo relegar el pincel, que cultivó amoroso, sin mayores consecuencias.

A pesar del escaso tercer grado escolar de Puerto Gaboto (en la escuela fiscal no había más grados) no necesitó de otra instrucción para discernir sobre las costumbres de su pueblo que dieron nacimiento al carácter de su tendencia creativa, y usó del mismo medio indirecto que aprendió desde chico entre su gente, para corregirlas: el burlón, el apodo, la copla, el "por ejemplo", el chascarrillo. Tal vez no quiso enmendar las costumbres riendo (castigat ridendo mores) más bien pretendió ponerlas de manifiesto para hacer ver de que existían.

En 1954, Juan Mena, que era de Dios por su nombre, le entregó su alma en la ciudad de Rosario de Santa Fe donde fue traído, sacado de apuros del rescoldo familiar del “Fogón de los Arrieros”, en cuyo “taller” quedaron algunas muestras de un humor negro que también cultivó este hombre triste que ironizaba a la muerte sin tenerle miedo.
Sus amigos, los fogoneros de Resistencia, provincia del Chaco, lloraron con lágrimas de gauchos su desaparición (10). En los fogones más antiguos de Puerto Gaboto prendieron velas y contaron casos; pero nada de crespones y sí "un churrasco y que corra la ginebra y el mate amargo (11) como testamentó el difunto.


NOTAS

(1) Soler, Amadeo P.: “Puerto Gaboto”. Rosario, 1980, pág. 126.
(2) Ibidem, pág. 147
(3) Soler, Amadeo P.: “Los 823 días del Fuerte Sancti Spiritus". Rosario, 1981, pág. 63.
(4) Soler, Amadeo P.: “Puerto Gaboto”. Rosario, 1980, pág. 84.
(5) Ibidem, pág. 206.
(6) “Juan de Dios Mena. Poeta, pintor y escultor”. Hojas de difusión del “Fogón de los Arrieros”. Resistencia.
(7) Torres Varela, Hilda: En “El Fogón de los Arrieros” Resistencia (Chaco). Año 11, Nº 16. Abril, 1954. “Fragmento para un Inventario Sentimental”.
(8) Varela, Fernando M.; “El Humor en la escultura de Juan de Dios Mena” - Cuadernos de Literatura Nº 1, Edición Instituto de Letras, Universidad Nacional de Nordeste, 1982.
(9) Ibidem.
(10) “El Fogón de los Arrieros” - Resistencia, Chaco Nº. 16, abril de 1954.
(11) Ibidem. Editorial.


AMADEO P. SOLER
Los Gloriosos Huéspedes de Puerto Gaboto. 1983

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Amadeo P. Soler, en su libro "Los gloriosos huéspedes de Puerto Gaboto", incluye entre los huéspedes ilustres de la época del descubrimiento y la conquista a Núñez de Balboa, Pedro de Mendoza, Martínez de Irala y entre los hijos “gloriosos” a Juan de Dios Mena. El autor aporta datos sobre la infancia de Mena (poeta, pintor, escultor… y gaucho), glosando una hermosa poesía titulada “Recuerdos” y rememora con ternura el desprendimiento del poeta del antiguo pueblo, cuando era “un mozo chacotón y alegre” que trabajaba en el almacén de Juan Larretegui, un vecino que se nos pierde en las sombras de ese tiempo como la misma infancia de Mena. Esa poesía, publicada en el Boletín de El Fogón de los Arrieros en abril de 1954, en homenaje al artista fallecido en esa fecha, aporta datos transfigurados por el verso:

Era un rancho de barro, con el techo de paja,
de tijeras muy rústicas y de cumbrera baja.
Había un algarrobo que al patio daba sombra...

ALFREDO VEIRAVE, Juan de Dios Mena, Ediciones Paralelo 32, 1983.

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(Hacer click sobre la imagen para ampliarla)

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Juan de Dios Mena (Puerto Gaboto, Argentina,1897-Rosario, Argentina,1954)

Escultor y poeta autodidacta que adoptó el Chaco como residencia, donde desarrolló su obra escultórica y poética. Participó activamente del incipiente grupo de intelectuales y artistas de la sociedad chaqueña entre las décadas de 1930 y 1950 y constituyó el germen de El Fogón de los Arrieros, convirtiéndose en el "Capataz" de esta mítica institución de trascendencia internacional.
Creó una galería de tipos humanos del mundo rural y de pequeños poblados del interior argentino, que fueron expuestos en Capital Federal y en distintas ciudades del interior del país a lo largo de sus veinte años de producción, para luego de su muerte recorrer las principales capitales de Europa y Nueva York.
Por causa de una enfermedad, Mena murió en 1954 en la ciudad de Rosario, habiendo dejado una notable obra de poesía nativista y una producción escultórica cercana a las 500 tallas de madera, especialmente de curupí. Su galería de tipos humanos, supera lo anecdótico y circunstancial, para convertirse en una visión de mundo y en un ejemplo de maestría técnica conjugado con una concepción escultórica que hace caso omiso a la cuestión de escala. La originalidad de su obra lo consagra como una de las figuras artísticas más singulares del arte del interior argentino.

Malba - Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires
www.malba.org.ar

miércoles, 10 de febrero de 2010

Escultor, poeta y pintor Juan de Dios Mena

Palabras pronunciadas en la plaza pública de Puerto Gaboto el 9 de junio de 1991 en ocasión del 464 aniversario de la fundación de la localidad, con motivo del descubrimiento de una placa de bronce en homenaje al dilecto artista gabotero.


No tengo memoria de haber altemado en Puerto Gaboto con JUAN DE DIOS MENA. Su partida se produjo abruptamente cuando yo era un chiquilín que no me detenía en la observación de los habitantes de mi pueblo. Alguna vez, quizá, JUAN DE DIOS, me habrá dicho algunas palabras, más bien porque yo era hijo «del Jefe» y de «la Jefa».
Mi padre que fue Jefe de Correos y Telégrafos entre los años 1914 a 1928 ha platicado con JUAN DE DIOS MENA o mi madre, a falta de médico en la localidad, quizás haya quebrado el empacho de algún familiar de MENA.
Tomé conocimiento de su existencia cuando empecé a leer en la prensa los triunfos artísticos de JUAN DE DIOS, en especial referidos a sus famosas tallas. Supe tener en mis manos un libro de poemas titulado «Virolas y otras chafalonias» pero ignoraba que el autor fuera gabotero.
Más adelante comencé a tomar realidad de este creador e informarme de que era uno de los nuestros. Algún familiar lejano de él, radicado en este pueblo, me amplió los datos de su filiación y otro vecino, el patriarca JAIME JUBANY me refirió datos inéditos que incluí en un trabajo publicado en mi volumen «Los Gloriosos Huéspedes de Puerto Gaboto». Destaqué allí su personalidad sobresaliente entre más de setenta célebres y eminentes huéspedes, colocándolo en el texto en el rango que le correspondía, por su valimiento histórico.
De ahí en más y con la complicidad del amigo ROMEO HERRERA tramamos la realización de un homenaje perpetuo a su memoria, que gracias a Dios podemos realizar hoy con el apoyo de la Asociación Civil de Promoción Comunitaria Sancti Spiritus y de la Comisión de Fomento de Puerto Gaboto.
Cada vez estoy más convencido de la justicia del homenaje, especialmente después de haber visto y analizado parte de la obra de MENA exhibida no hace mucho en el Museo Estévez de la Municipalidad de Rosario.
En realidad, las tallas son magníficas, asombrosas y conmovedoras.
Tímidamente hicimos un homenaje literario a JUAN DE DIOS MENA en el Instituto de la Tradición «Martín Fierro» de Rosario y no desaprovechamos la oportunidad para hacer resaltar en todo momento la procedencia gabotera de este gigante de la plástica. Asociamos en nuestros escritos su fama, a veces, con la de otros, como en el caso del Dr. SYLVESTRE BEGNIS que atendió al artista accidentalmente en los momentos postreros de su vida en la ciudad de Rosario, en el año 1954.
En la Revista del Centenario de la escuela fiscal de esta localidad publicamos una semblanza destacando al ex alumno que antes había cantado a su maestra en su «Romance de infancia».
Los artistas y escritores que han seguido la trayectoria de MENA saben ahora que, si bien su acción y su prestigio, celebridad y renombre partió desde el «Fogón de los Arrieros» de Resistencia y en menor medida del «Palacio del Mate» de Posadas, la exaltación de sus laureles nace y debe buscarse en la cepa del lugar más antiguo.
JUAN DE DIOS MENA nació en Puerto Gaboto en el año 1897 en «un rancho de barro, con el techo de paja, de tijeras muy rústicas y de cumbrera baja», situado casi en la esquina de las calles Zavala y Sancti Spiritus, a sólo tres cuadras de esta plaza pública.
Su infancia transcurrió como la de todos los niños humildes del poblado, pobre, «sin tener la suerte del juguete costoso» como lo declara en sus Recuerdos, agregando: «pero por falta de eso no fui menos dichoso».
No es éste el momento de hablar de su arte porque es por todos conocido y requeriría un ámbito académico.
Queremos sólo hacer una relación de su vida y suspender un poco la misma en Puerto Gaboto. Los que lo conocieron nos dicen que era un muchachón vital, amante de la tradición gaucha de donde procedía, aliruentada su vocación de verseador con los «compuestos» que siempre tuvieron vigencia en este pueblo.
En resumen, era un mozo chacotón, alegre e inteligente amante de las aficiones del gaucho. Cultivó para abrirse paso en la vida y cumplir con las tareas rurales y de la pesquería el buen manejo de su cuchillo de plata; en él se afirmó para su defensa personal en las oscuras calles de Puerto Gaboto y en la soledad de los montes chaqueños y fue fiel compañero del caballo que le serviría en la mayordomía de las estancias que regenteó después.
Para el visteo con cuchilla gozaba de cierto virtuosismo y ello fue la causa de su alejamiento del pueblo. En esa esgrima, un compañero, por accidente, lo hirió de gravedad y como consecuencia de ese trance tuvieron que llevarlo urgente a la ciudad de Rosario, donde se repuso. Su conocimiento de las armas blancas y del caballo le dio acceso a un puesto en el Escuadrón de Seguridad de Rosario donde supo blandir el sable con destreza sólo para defenderse en los mofines y para reprimir sin herir a nadie.
Su inclinación por los compuestos le sirvió para abandonar las tareas policiales y trasladarse a la Capital Federal, hacer versos allí en la revista «Nativa» y cobrar cuentas a domicilio.
Pero su aprendizaje de las tareas rurales en Puerto Gaboto lo habilitó para marchar hacia el norte santafesino, contratado como mayordomo de estancia, deteniéndose en Calchaquí para luego respirar la labor campesina en Colonia Baranda, territorio del Chaco.
Recién en ese momento, se despierta su inspiración por la escultura. Comienza a tallar con la sola ayuda del cuchillo en la madera blanda de curupí que le ofrece la selva chaqueña y allí produce, sin haber recibido lecciones de nadie, los más inverosímiles grotescos que representaban cuidadosamente los tipos argentinos de ciudadanos, puebleros o campesinos, disfrutando para sí del humorismo que trasmiten dramáticamente sus personajes. Según él «sus muñecos viven el drama de los hombres».
No es lugar éste, como hemos dicho, para hablar de su arte; pero a título de mención podemos decir que el mismo trascendió de las esferas nacionales donde el elogio fue unánime y sus tallas de Cristos gauchos se encuentran en las colecciones del Museo L’Hermitage de Leningrado (visitado por mí y mi esposa ONELIA) y en las privadas del gran Picaso.
No volvió más este hijo creativo a Puerto Gaboto terruño donde vio la luz por primera vez. Sin embargo, en sus versos nos pinta la imagen de su niñez, adolescencia y juventud, y nos deja una visión de su vida escolar. Olvida las causas de su rápida partida del pueblo y sólo nos dice, perfumadamente, «que se alejó de Puerto Gaboto por el camino bordeado de aromitos». Al traer esos recuerdos, es señal que no nos olvidó. Se quedó lejos, acaso conmovidos sus sentidos por la drástica interrupción de su vida gabotera en una huída buscando una revancha en otras cosas más dificiles. Y a fe que nos honró con su obra. Dejarnos esta placa en la plaza que lo rememora en su madurez con unos versos donde filia su itinerario de partida, su casa, la plaza de juguetería como él le dice y la estación de ferrocarril, ahora desaparecida por una de esas cosas de la simpleza humana.

Con esta placa los gaboteros vamos al encuentro de JUAN DE DIOS MENA para que él nos vea desde el más allá y nos juzgue si lo hemos olvidado. El confiesa que «cuando recuerda la plaza le duele el corazón». Ahora es la plaza quien lo recuerda con el dolor del alma.

Repitamos entonces las estrofas de su pequeño poema, infantil y adulto a la vez, titulado «Plaza de Juguetería».

«Placita de juguetes
del tiempo que pasó...
muñequitos de trapos,
árboles de cartón.

Placita de mi pueblo
buena para el amor
triste para el recuerdo,
dulce para la voz.

Placita de mi pueblo:
camino a la estación
con las primeras luces
un muchacho partió...

La voz que te recuerda
le duele el corazón
muñequitos de trapos
árboles de cartón.


AMADEO P. SOLER




Placa descubierta en la plaza pública de Puerto Gaboto en homenaje a JUAN DE DIOS MENA.

En honor a la verdad la iniciativa partió del vecino ROMEO HERRERA y del autor de esta nota, con el apoyo del señor RUBEN GONEM a la sazón presidente comunal.

La placa debió decir

«Homenaje del pueblo de su nacimiento a su artista superlativo», sin particuláizar a Institución alguna.

En la ocasión la comuna local dictó una ordenanza designando una de las calles de la localidad con el nombre de JUAN DE DIOS MENA.

martes, 9 de febrero de 2010

EL FOGON DE LOS ARRIEROS

La ciudad de Resistencia, en el sudeste de la provincia de Chaco, es su capital y su región más poblada. Ubicada sobre el río Negro, a sólo 7 kilómetros del sitio en el cual desemboca en el río Paraná.
El Fogón de los Arrieros es un buen ejemplo de la importancia de la cultura en Resistencia. Se trata de una fundación iniciada en 1968, con el objetivo de promover las artes plásticas en la ciudad. Se encargaron de colocar en plazas y calles numerosas esculturas y pinturas murales de artistas renombrados, pero también de los talentosos que recién daban los primeros pasos de sus carreras.
Hoy, el local perteneciente al Fogón de los Arrieros exhibe con orgullo obras de reconocimiento internacional, como las piezas escultóricas de Quinquela Martín, Stephan Erzia, Raquel Forner y las inmensas pinturas de Fernando Arranz y Demetrio Urruchúa, fuertemente ligadas a la historia de los nativos americanos de la región.
También cuenta con muchas obras colectivas, realizadas por las manos de muchos artistas, y organizan muestras itinerantes procedentes de diversos museos y centros culturales de la Argentina.


HISTORIA DEL FOGÓN DE LOS ARRIEROS

Por: Hilda Torres Varela - Diciembre 1979.

El Fogón nació con Aldo Boglietti, como un estilo de vida, y fue creciendo hasta tomar forma y espacio en el solar de Brown 188, en 1943. Allí se nutrió, día a día, y en la tertulia de los martes ("hoy, martes, café y entrada gratis'), la historia de una amistad honda, la de Aldo Boglietti con los hombres de este Chaco y con sus caminantes.
Entretanto, el Fogón se fue volviendo taller de pintores y escultores. Ahí vivió y tallaba Juan de Dios Mena sus tapes de curupí, entre 1944 y 1954. Allí trabajaron Carlos Schenone, ]osé Zali, René Brusau, Víctor Marchese. Y algunos que como julio Vanzo, Sergio Sergi, Aquiles Badi, Gustavo Cochet, César Fernández Navarro, Raúl Schurjin, Jacinto Castillo, Raúl Monségur, Lorenzo Domínguez -y olvido a muchos- se integraron fugazmente o en breves permanencias.
En aquellos años, una vez finalizados los actos que realizaba el Ateneo del Chaco -exposiciones, conciertos, conferencias-, el Fogón era obligado puerto de refugio de artistas e intelectuales, y de su público. En un clima sin solemnidad se ahondaba la charla, las preguntas brotaban fáciles, se quebraban las barreras de la fama. Y Aldo Boglietti se movió entre todos facilitando el acercamiento , sin perder jamás ese don tan único dé dar y de darse sin que su gesto generoso pesara en quien lo recibió.
Con igual actitud, restando valor a lo que hacia, siendo lujo de amigos y de anfitriones, en choque abierto con el escepticismo de quienes depositaron más fe en "el lugar" que en quien le había insuflado vida, abordó entre 1952 y 1955 la aventura del "Nuevo Fogón ". Rompió con mitos y temores, y encontró en la sensibilidad y la inteligencia del arquitecto Horacio Mascheroni a quien fue capaz de comprender y dar forma a su idea. Una casa que fuese inusual y de su tiempo, donde se reacomodasen tantos mundos pequeños como habían crecido al calor de las paredes modestas del "Fogón Viejo". La prueba de que tenía razón está en que poco después nadie hablaba ya de "viejo" ni "nuevo" Fogón, sólo se hablaba de El Fogón". Allí, por fin tuvieron cabida digna algunas de las audacias de los sueños de Aldo Boglletti: murales de Urruchúa, Vanzo, Marchese, Monségur; paredes, escaleras y puertas pintadas por Capristo, Jonquíéres, Grela, Gorrochategui, Vázquez, Líbero Badil, Bonome, Arranz, Fernández Navarro, Brascó. Dentro y fuera, y hasta en las terrazas también transformadas en jardines, conviven Noemí Gerstein, Lucio Fontana, Pettoruti, Erzia, Páez Vilaró, Soldi, Severini, Castagnino, Uriarte, Gambartes, Pucciarelli Bigatti, Barragán, y muchos más. Aldo Boglietti sabrá, como Le Corbusier, que una casa debía ser una máquina productora de felicidad. Y para lograrlo más plenamente hizo de El Fogón -que era su casa- la casa de todos los amigos, y en 1968 la transformó, junto con su cuantioso patrimonio, en una Fundación privada y de bien público.
Sin embargo, la imaginación y los sueños de Aldo Boglietti no podían limitarse entre paredes, por abiertas que éstas fuesen. Deseaba transformar la ciudad, deseaba que el hombre de la calle aliviase su rutina entre obras hermosas, jardines y esculturas. Y desde 1962 se lanzó a una nueva aventura y a una nueva lucha, más dura que las anteriores: contra la apatía, contra la burocracia y hasta contra la alarma de los eternos cautos que llegaron a alertar ante el peligro de su "locura". Y tenían razón en efecto, siempre es locura querer convencer a quienes duermen, de la necesidad de estar despiertos y de permanecer despiertos. La calles, las plazas, las banquinas de Resistencia se llenaron de verde y de flores, de murales y esculturas. Hoy ya no hace falta abogar por esa obra ni conseguir adeptos. El camino está abierto, todos han comprendido. Otros -con oportuna lucidez- se han encargado de seguirlo.
Algún día ha de inscribirse en la puerta del Fogón de los Arrieros una frase de André Malraux que Aldo Boglietti, en su premura por dar, no tuvo tiempo de asentar allí como deseaba: "En dos o tres mil años, tal vez después de una explosión nuclear, si un caminante solitario llegase a recorrer estas ruinas, es necesario que él pueda decirse: algo ocurrió aquí durante un momento de la historia del espíritu".


Fundación desde 1968, por voluntad de su creador, Aldo Boglietti (1908-1979), su nacimiento es parte de una leyenda que confunde nombres, fechas, hechos, lugares y hasta voluntades. Aldo Boglletti repetía, incansable, que nunca existió el propósito de hacer de su casa algo determinado, que jamás planeó lo que habría de ser el Fogón una vez transcurridos el hacer, el convivir y el andar de los años. Como en el proceso de ‑una sociedad no existe la generación espontánea, es justicia recordar que detrás de esa historia que comienza en 1944, en Brown 188, existió un clima de espera, cierta ansiedad y una peculiar atmósfera humana que había ido desarrollándose en Resistencia, a través de grupos e individualidades que buscaron romper con la chatura que regía, opaca, la vida de esta capital de territorio fronterizo.
La vida del Fogón, la que comienza en 1944 y acaba con la muerte de Aldo en 1979 -la vida posterior del Fogón busca aún su propia identidad- fue precisamente eso, "la casa de Aldo". Mezclando modestia y humor - innatos compañeros de toda su vida quiso bautizarla con el nombre de "la casita del labrador", pero hombre sin manías ni terquedades inútiles -porque terco fue cuando resolvió en 1961 transformar a Resistencia en un jardín de murales y esculturas y no cejó hasta lograrlo-, aceptó sin esfuerzo el otro nombre, el de "fogón de los arrieros", propuesto por su amigo Juan de Dios Mena, ya por entonces en instancia de contradecir el precepto de "hacer noche y no aquerenciarse". Porque la verdad es que Mena "hizo noche y se aquerenció" en la casa de Aldo Boglietti, en El Fogón de los Arrieros, allá por fines del 44, cuando el Fogón ya tenía un año de existencia.
Para algunos, la añoranza del Fogón se sitúa entre valores ambiguos que lo Identifican con su condición de "nuevo" o "viejo". Sin embargo, hay un solo Fogón de los Arrieros donde conviven, idénticos y disímiles, juventud y madurez de una vida Intensa, el Viejo y el Nuevo.
El Viejo Fogón, el primero (Brown 188. 1944-1955) es el que desde un bamboleante cartón redondo, enorme ("Hoy, martes, 22 horas, café y entrada gratis") invitaba a escuchar lo que "alguien" -amigo o caminante, local o forastero­ habría de decir, y también a compartir la demorada y muchas veces ruidosa tertulia del rescoldo. Casa sin puertas ni llaves, de febril vaivén humano. Casa con un diccionario propio ("arriero", "paracaidista", "engrane", "teléfono") donde ambientes y lugares (Salón verde, cementerio, pulpería) pedían, para existir, más ejercicio de Imaginación que sensato manejo de los sentidos.
Es el Fogón donde entre la audacia y el asombro de los mismos que fuimos sus actores nacieron muchos de los mundos que darían fisonomía y vida peculiar a la casa: el retablo titiritero, el taller de pintores y escultores, el teatro leído y más tarde Teatro del Fogón (1949-1977), su incesante actividad cultural, su Boletín mensual (1953-1965), las amistades profundas y la misma Orden de la llave (1955-1979). Es el Fogón que conocieron y en ocasiones hasta habitaron, entre otros, Paco Aguilar, Pablo Rojas Paz, Alfredo Varela, Luis Jiménez de Azúa, Stefan Erzia, León Felipe, Aquiles Badi, Arturo Barea, Rafael Alberti, Nicanor Zabaleta, Francisco Romero, José Babini, Andrés Segovia. Enrique Molina, Raúl González Tuñón, Witold Malcuzynsky, Jorge Luis Borges, Lorenzo Domínguez, y olvido a muchos. Es el Fogón donde vivió Juan de Dios Mena de 1944 al 54. Diez años que no lo fueron porque entre 1952 y 1954 Mena se Instala en Posadas para colaborar con René Brusau y Víctor Marchase en la construcción del Palacio del Mate, y luego emprende el viaje a Mendoza, que habría de ser el último.
El Nuevo Fogón (Brown 350, 1955-hoy) es la forma concreta de la conjunción de los sueños de Aldo Boglietti y la audacia arquitectónica de Horacio Mascheroní, Intérprete revolucionario, original, y al mismo tiempo respetuoso de los mundos y proyectos que albergaba la vieja casa chorizo, pequeña y pintarrajeada, de Brown 188. Lo de Fogón nuevo lo decían algunos con orgullo, otros, reacios a su fisonomía de vanguardia, con recelo. Aldo gozaba recordando la visita de un conscripto que entró un domingo de mañana, echó un vistazo y se fue lanzando un despectivo: "¡éste es un Fogón existencialista!". No tenía sin duda la menor idea de lo que podía querer decir existencialismo, pero marcaba su decepción por no haber encontrado un excluyente reducto folklórico y por la Importancia que allí se daba -y se sigue dando- al arte contemporáneo. Pettoruti, Severini, Badi y Badíl, Fontana, Jonquiéres, Kosice y otros no eran manjares de su paladar. En este Fogón recalaron, entre muchos más, José Luis Romero, Pettoruti, Córdova Iturburu,
Nicolás Guillén, Petit de Murat, Carlos Ottolenghi, Haroldo Conti, Juan Antonio Solara, Jorge Romero Brest, Damián Bayón, Marta Lynch.
Frecuentar el Viejo Fogón era una forma de desafío, de afirmación, de saberse libre. Ir al Fogón Nuevo llegó a ser con el tiempo, para no pocos, una aspiración social y hasta un sello de "buen tono": el Fogón de los Arrieros había entrado en su institucionalización, se lo había aceptado. Su vida, sin embargo, no cambió de uno a otro, de Viejo a Nuevo. Lo que se modificó fue la actitud de la sociedad para con él.
Viejo o Nuevo, adentro alentaba el mismo calor, la misma espontaneidad; todos nos sentíamos capaces de imaginar o de crear. Ninguna idea parecía alocada o excedía lo posible según el patrón de medida del "peón" Aldo Boglietti. Algunas se confirmaban felices, otras morían sin velatorio ni ceremonias. Organización indefinible, la más perfecta "desorganización organizada" según frase del mismo peón, reinaba en el Fogón una democrática anarquía, respetuosa y respetable, en la cual Aldo generaba actividades, iniciativas. Las provocaba, las nutría, las ayudaba a existir, haciendo él el primero. Y en eso es exacto aquello de que "al Fogón lo hicimos entre todos", como respondía Aldo a quienes lo interrogaban. "Todos", fuimos como una enorme maquinaria perfecta que sin embargo se paraliza cuando se le retira la energía o el combustible . . .
Virtual trujamán y alma de la casa, Aldo Boglietti se reservó desde un principio el papel de peón, de esta cofradía, dejando para siempre el lugar de capataz para Mena. Peón vitalicio te ha nombrado Mena/-dice Julio Acosta en un soneto-, que especulando reserva su cargo, / apto para el buen uso del letargo / que sobreviene a una abundante cena. / Te dejas explotar en la faena. / Esa broma de peón va para largo. / Trabajas solo y manda, sin embargo, / un capataz de barba y de melena / . . .
El análisis agudo de Dardo Cúneo encuentra la razón de esta "elección del segundo puesto", no en su ausencia de vanidad, sino en una actitud pensada, racional, de la que no estaban ausentes ni el agudo sentido del humor ni la risa de Aldo: el segundo lugar, el de "peón" de su propia casa, le permitía defender su espacio para la espontaneidad, para liberarse de lo solemne y de lo trivial. "Porque el segundo lugar, en Aldo -dice Dardo Cúneo-, es la comodidad del alma disidente". Gyula Kosice complementa esta valoración: "Dueño de una bondad inagotable, sabía sin embargo afinar la agresión para con el conformismo, la mediocridad, lo solemne y las convenciones". Porque allí donde las cosas parecían adocenarse estaba el Peón para impedirlo. Por eso logró mezclar valores, individualidades, cosas dispares, obteniendo armonía, sin rozar lo vulgar ni lo cursi, rechazando toda concesión, destripando al provincianismo.
Hoy que es buena la hora para la síntesis y la verdad, hora en la que ya no caben los pudores con que se disculpan algunos silencios, es oportuno repetir lo que escribiera Bernardo Canal Feijóo: "Aldo Boglietti fue un realizador de irrealidades y un irrealizador de realidades. Mejor, fue un fundador y un constructor. Fundador y constructor de ciudades inexistentes, insertas en el sonido y la furia de la ciudad cuadriculada". Las "ciudades inexistentes" fundadas por el peón Aldo Boglietti existen en verdad en Resistencia, en el Fogón de los Arrieros y en sus plazas y calles pobladas del hermoso silencio de murales y esculturas, y en ese río sordo y activo del enorme culto a la amistad que sembró por el mundo.

DEL "HORARIO" Y OTROS INSÓLITOS
(de la "Guía Fogonis")
Desde su nacimiento y hasta 1955 el FOGÓN permaneció sin llave y abierto día y noche. Aldo y Mena se habituaron (Mena con menos placer...) a sentir que a medianoche se prendía la luz de sus dormitorios mientras paseaban, reían y comentaban grupos incesantes, numerosos, de personas que casi nunca habían visto en ninguna parte
Pasando años y corriendo fama, los grupos de visitantes del Fogón aumentaron. Con ellos, los ruidos e inconvenientes de vivir en algo así como una autorruta obligatoria, y de propiedad universal.
Por eso, a pesar del cartelito de la entrada " . . .ABRE LA PUERTA SIN LLAMAR Y PASA") la invitación sólo es válida después de las 21. . . Salvo que Ud. logre disponer del tiempo y buena voluntad de algún "Llave" -según nuestro Petit Fogonet Illustré: : LLAVE, "individua o individuo a quien por méritos misteriosos y siempre muy justos se le ha otorgado la posesión de la Llave del Fogón"- quién puede abrirle la puerta y acompañarlo en la visita fuera de ese horario.
Y por eso también, algunas veces (muy pocas en el año: el 20 de AGOSTO, día del Fogón, o en ocasión de espectáculos, conciertos, conferencias o reuniones de amigos) usted corre el riesgo de haber hecho miles o millones de kilómetros y tropezar caen un cartelito escrito con la mejor buena voluntad, pero que al visitante le cae como Pedrada en el hígado: "HOY NO SE VISITA EL FOGÓN, PERDÓN Y GRACIAS".
Pero al margen de los horarios, existen otros insólitos en la reglamentación interna de nuestra casa. Un cartel de la puerta advierte LAS VISITAS QUEDAN RESERVADAS A PERSONAS MAYORES. Traducido: prohibida la entrada de menores de 15 años.
NO. No somos antropófagos. Ni infanticidas. No odiamos a los niños. No tuvimos infancias atroces. Tampoco somos devotos de San Herodes.
SI. Sabemos que SUS NIÑOS son perfectos, excepcionales, incapaces de tocar ni con la mirada ninguno de los objetos expuestos. Pero en cambio están las de otra señora que ponen deditos llenos de pizza o caramelo sobre los cuadros, practican vueltas carnero en las alfombras arrastrando todos los frágiles en la caída, sacan los objetos para, mirarlos de cerca, etc., etc. (los etcéteras llenarían 15 tomos), y tenemos el prejuicio burgués de la LEY PAREJA: NO DEJAR HACER A JUANITO LO QUE PROHIBIMOS A PEPIN.
MADRE/PADRE: No se crea insultado. Ni nos insulte. No se altere, eso envejece.
NIÑITO: No te traumatices por este lenocidio de tu libertad visceral. . (¿!?).
Y por si le interesa: aseguran los psicólogos, los sociólogos, los pediatras y los organismos internacionales de protección a la infancia que TODOS LOS NIÑITOS DEL MUNDO, CUALQUIERA SEA SU COLOR, SE CRIAN MAS SANOS, MAS SONRIENTES, MAS ROSADOS si a las 21 horas están acostaditos y dormiditos. Hasta se ha demostrado que eso no les impide soñar con el revólver último modelo regalo del papi amantísimo . . .
En cuanto a "PROHIBIDO ENTRAR CON RULEROS" . . . creemos innecesario aclarar.
¿Cambia usted las pañales de su nene en el mostrador del banco?
¿Lleva, la brocha para afeitarse mientras almuerza en un restaurante?
¿Sale a la calle con el cepillo de dientes en la boca?
¿Se imagina a una irresistible Sofía Loren con ruleros y llena de crema?
Cuando su esposa, novia, hija, amiga, maestra o secretaria salga con ruleros, llévela a algún lugar donde usted pueda entrar en camiseta, tiradores y pantalón de pijama, pero no venga al Fogón . . .

¿QUE ES EL FOGÓN DE LOS ARRIEROS?
por Alfredo Veiravé
Introducción en la “Guía Fogonis” impresa por El Fogón de los Arrieros.

Para responder a la pregunta extraemos, entre cientos de artículos publicados dentro y fuera del país, un fragmento de Alfredo VEIRAVE porque nos parece sintetizar mejor la historia, la vida, y hasta el espíritu de la casa, ese "algo" por instantes inasible que se niega a las definiciones.
Es posible que el visitante de hoy experimente más tarde idéntica limitación cuando intente traducir su propia versión fogonesca, vacilando entre lo subjetivo y lo tangible, entre obras de arte y obras del afecto, entre lo serio sin solemnidad y el humor insinuado o desbordante, entre lo que en realidad vemos u oímos y un laberinto de sugerencias.
Esta que llamaremos GUÍA FOGONIS por el placer de fastidiar a latinistas y latinófobos, a unos con el uso pedestre de tan exquisito instrumento lingüístico y a otros con el recuerdo de la antigualla, sólo pretende ayudar al visitante a ver, o ayudarlo a encontrar... Los otros "encuentros", los imprevisibles, o ya están dentro del mismo visitante o esperan en algún rincón que nadie podría anticipar.
Día llegará tal vez en que renunciemos a buscar entre lo conocido la fórmula que explique al FOGÓN DE LOS ARRIEROS, y desechando Rastros, Pulgas, Pandoras o Bric-à-Bracs nos inclinemos ante nuevas familias de palabras. Ahí deberían estar, creemos, fogonitis, fogonterapia, fogonero, fogonfobia, fogonismo...
Pero "¿que es el-fogón-de-los-arrieros?" para ALFREDO VEIRAVE
"Cada vez que uno sale del Chaco y viaja, se encuentra siempre con alguien curioso, intrigado, expectante, que le pregunta: ``¿Qué es el Fogón de los Arrieros . . . ?".
"Comienza entonces el devaneo alrededor de ciertos hechos que que lo hicieron posible años atrás. Uno de los hechos fundamentales de esa historia fue, sin duda, el encuentro y la amistad de un tipo‑humano y otro tipo-artista, en una vieja casa de la calle Brown, aquí en Resistencia: Aldo Boglietti y Juan, de Dios Mena. Casa que poco a poco se convierte en lugar de vivir, lugar de estar, lugar de quedar, lugar de posar, de iluminar la brasa de la amistad (y aquí comenzó a funcionar el símbolo o los símbolos de la amistad "fogonera").
"Desensille, haga noche pero no se aquerencie". Era una frase del capataz del naciente Fogón de los Arrieros, el hondo criollo Mena, tallista de tipos humanos regionales, traspasados de humor y de socarronería, dolientes a veces, aparentemente frágiles estructuras de la blanda madera del curupí chaqueño.
"Entre Mena y Aldo, y también entre su hermano Efraín y todos aquellos que gustaban de las largas tenidas hasta el amanecer, ya sea de arte o de simple vida vivida, se fue haciendo un núcleo cada vez mayor. Deberíamos decir, para no ser injustos con nadie, que cada uno de los fogoneros hizo su propio fogón alrededor de la amistad común y sobre las dos imágenes proyectadas por aquellas dos personas que se constituyeron en Capataz y Peón, respectivamente. Después, aquél rincón de amigos (artistas o no), tuvo su encuentro con la trascendencia, comenzó a hacerse conocer fuera, comenzó a constituir un sonido que pasaba de mano en mano: "Si vas a Resistencia, andá a visitar el Fogón de los Arrieros . . . ".
"Después vino el gran salto. Con la consiguiente melancolía de los que siempre se aferran al pasado, con la alegría de los nuevos que vislumbran otro futuro. El Fogón se trasladó a su casa propia, a un edificio construido esta vez para ser El Fogón de los Arrieros. Fue como un sueño de un hombre a quien hombres libres dejaron que soñara. El arquitecto Horacio Mascheroni lanzó así, como de una plataforma espacial, un nuevo fogón. Mena murió sin habitarlo, como al otro, aunque allí ha quedado su cuarto vacío que ocupan todos los que siguen pasando, sus ahora famosos "tapes" de curupí y parte de su espíritu creador, concitador de todas las energías de un Fogón incansable, infatigable.
"Como es lógico en todas las grandes empresas humanas que trascienden, las cosas y los seres se nuclean alrededor de alguien o algo. Aunque él lo niegue y diga que El Fogón somos todos ("son todos los que hacen algo por EL Fogón"), el Fogón de los Arriero es Aldo Boglietti.
"Un ritmo que no cesa desde 1943 y que ha hecho posible que el Chaco cuente entre sus recuerdos a cuanto hombre célebre, ilustre, pintoresco, famoso o no, pero de calidad humana pareja, haya pasado por las temporadas culturales de este "Museo del Disparate", "Rincón de Amigos" o "Fogón existencialista" como lo definió un conscripto que una vez entró, miró, y en vez de ponchos y guitarras o lanzas, vio cuadros de Pettoruti, Soldi, murales de Julio Vanzo o René Brusau, la hélice del avión de lean Mermoz, la gallina de los huevos de oro, el frecuentado bar, la pista de aterrizaje de los platos voladores y unos versos en la puerta que son una promesa de buena vida: "Si has de agregar una sonrisa al vino / y a la sal que te ofrece nuestra casa, / detén pasajero tu camino / abre la puerta sin llamar y pasa".



GUÍA PARA LA VISITA
(de la "Guía Fogonis)

Usando el plano numerado y anotado, usted sabrá - más o menos a qué corresponden los nombres "made in casa" que damos a cada lugar, y dónde están las obras y objetos enumerados en las listas siguientes, las cuales por supuesto no están completas .ni mucho menos (nuestro folleto se titula "Guía"y no "Inventarió"...).






Planta Baja
1) Entrada 2) Salón principal 3) Pasillo-Bar 4) Atelier (el N° 4 fue secuestrado por un comando de arquitectos. Imagínese arriba de 6 y abajo de 14). 5) Jardín del lago 6) Rotonda 7) Patio del Gomero 8) Jardín Salsipuedes 9) Jardín-Pileta15) Galpón Crotos - Parrilla




Primer Piso
10) Biblioteca 11) Habitaciones privadas 12) Terraza calle 13) Jardín flotante 14) Terraza - Platos Voladores


¿QUE ES JURIDICAMENTE EL FOGÓN?

Por decisión de su fundador y propietario, el 20 de febrero de 1968 se constituyó la FUNDACIÓN EL FOGÓN DE LOS ARRIEROS. Cumplía así el deseo de dar forma jurídica a esta institución destinada a promover y facilitar, sin finalidades de lucro, el desarrollo de la cultura y el arte, dentro del culto a la amistad.
Por esa vía se buscó asegurar la existencia de un todo que a veces se llamó BOLETÍN, otras CAMPAÑA DE LAS ESCULTURAS, TEATRO DEL FOGÓN, Biblioteca "Juan de Dios Mena", y también. -por qué no- tertulias del Bar o veraneo junto a la pileta. Porque en todo eso, y en cada una de esas partes está el FOGÓN DE LOS ARRIEROS.
Ya como Fundación, El Fogón está dirigido, representado y administrado por un Consejo Directivo


¿CÓMO SE MANTIENE EL FOGÓN?

Aunque le cueste creerlo, el Fogón subsiste gracias a la "Gallina de los Huevos de Oro". No fue fácil conseguirla, pero para El Fogón existen pocos imposibles...
Por otra parte, nunca está de más aclarar que el Fogón no recibe fondos ni subvenciones del Vaticano, ni de la U.S.A., ni de la U.R.S.S., ni de la Masonería, ni de las derechas izquierdistas ni de las izquierdas conservadoras, ni de ningún "ismo" foráneo exótico, excéntrico, sideral o telúrico. Aunque se lo diga y se lo jure alguien mejor informado que nosotros. Y aunque de buena gana los recibiría...



ULTIMA INFORMACIÓN SOBRE EL FOGÓN


Municipalidad y facultad de arquitectura juntos, para revalorizar el patrimonio arquitectónico

jueves, 06 de septiembre de 2007

Se firmó acuerdo entre la comuna, la Facultad y Fundación Fogón de los Arrieros



La Municipalidad de Resistencia, la facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional del Nordeste y la Fundación del Fogón de los Arrieros firmaron un acuerdo de trabajo que se enmarca en las actividades que se desarrollan en la Maestría en Gestión y Medio Ambiente, el Paisaje y el Patrimonio, y se entregó a la intendente Aída Ayala un estudio completo donde se plasma el registro y clasificación del Patrimonio Moderno de la ciudad, que la comuna se encargará de promocionar y difundir.
El trabajo tiene origen en una tesis de la arquitecta Marcela Bernardis sobre el tema “Humberto Mascheroni: Arquitectura, Vivienda y Ciudad (1950 – 1970) Líneas de Instrucción para la conservación del Patrimonio Moderno”, donde la Municipalidad de Resistencia y la Fundación del Fogón de los Arrieros se comprometerán a brindar toda información y apoyo logístico que fuera requerido.Tomaron parte en la oportunidad, el Vice decano de la FAU, arquitecto Marcelo Cocatto, la Secretaria Académica de esa Casa Altos de Estudios, arquitecta Inés Presman, el secretario del Consejo Directivo, arquitecto Mario Merino, la coordinadora de la Comisión Honoraria de Edificios y Sitios Históricos, arquitecta Mabel Mateo, la Directora del Centro de Estudios Históricos, Arquitectónicos y Urbanos del Nordeste, arquitecta Ángela Sánchez Negrette y el Vicepresidente de la Fundación Fogón de los Arrieros Marcelo Gustín.


Ayala: recuperar el sentido de pertenencia


La jefa comunal agradeció “este inventario de nuestro patrimonio arquitectónico. Para nosotros que somos la Capital Nacional de las Esculturas y ya tenemos un patrimonio hoy nos comprometemos a difundir nuestro patrimonio arquitectónico. Tenemos edificios que debemos promocionarlos y arquitectos que han aportado un gran valor. Esto hace al sentido de pertenencia porque es la ciudad que tenemos y la ciudad que queremos”


Bernardi : es un reconocimiento


La autora del estudio explicó que “el objetivo de esta maestría es el reconocimiento de la arquitectura moderna a través del estudio y la catalogación de obras de vivienda familiar, ejecutadas por arquitectos que, consideramos, son los responsables de la arquitectura moderna. Ellos son los arquitectos Mascheroni, Bianchi y Galdeano. El trabajo resume esa catalogación desde 1950 a 1970.”


Gustín: revalorizar la arquitectura

El representante del Fogón de los Arrieros detalló que “este acuerdo de trabajo tiene como objetivo la revalorización de la arquitectura moderna con valor patrimonial. El trabajo redundará en beneficio de la comunidad porque se pretende la declaración de Interés Público Municipal del edificio del Fogón de los Arrieros como uno de los baluartes.”

http://www.mundoarchivistico.com.ar/

viernes, 18 de julio de 2008

JUAN DE DIOS MENA: TALLISTA Y POETA CRIOLLO

UN HOMBRE QUE ENCUENTRA SU VOCACION

Juan de Dios Mena nació en Puerto Gaboto (Santa Fe) en 1897. Fue soldado del escuadrón de seguridad de Rosario, anduvo por Buenos Aires y finalmente se radicó en el Chaco. Hombre de muchas profesiones y oficios, fue también, por necesidad, rematador, peón de estancia, encargado de un bar en Resistencia, mayordomo de un campo y finalmente poeta y tallista. Estos datos permiten afirmar que Mena adquirió de la vida una forma de conocimiento que sólo dan la espontaneidad y el libre albedrío.

El mismo ha contado cómo descubrió, casi por casualidad, tallando un bastón para un paisano, su condición innata de escultor.

Al principio fue el testimonio de esa "facilidad" propia del artista, para transformar en imágenes su mundo interior. Más tarde, contemplando sus "tapes", como llamaba cariñosamente a sus pequeñas tallas, y a medida que esas figuras se independizaban de él, comenzó a comprender lo que tal vez sea inexplicable. Una vez, sostuvo con un periodista este diálogo revelador, mientras hacía girar entre sus manos uno de sus "tapes":

Mena: Todavía no consigo saber lo que piensa.

Periodista: Si no lo sabe usted que lo hizo...

Mena: Eso no significa nada. Mis figuras tienen su propia personalidad. A veces, les doy una intención que no se me ocurría al principio, se me escapa el cortaplumas ¿sabe? y hace de las suyas..."


Es el momento en que Juan de Dios Mena encuentra el rumbo definitivo, que no es otro que el diálogo permanente con las criaturas lo miraban desde la blanda madera del curupí donde las había tallado. Esto ocurre cuando tiene más o menos treinta años. El tiempo corre, y cierta vez, al preguntársele cuántas tallas había realizado, dice con humor: “...y serán como quinientas, tal vez más. Pero seguramente habré trabajado un árbol del largo de una cuadra.”


LAS ETAPAS DE SUS TALLAS

Entre 1932 y 1954, el año de su muerte, Mena fue encontrando o transformando los recursos del modelador que harían posible su estilo y una expresión sintética original y única. En su obra de tallista se pueden distinguir tres etapas: la primera, rudimentaria, caracterizada por figuras talladas duramente con aditamentos de pelos y trapos; una segunda, de mayor perfeccionamiento en la calidad de los volúmenes, que acentúan los perfiles, los contornos, las líneas armoniosas de las tallas; la tercera y final -truncada por la muerte-, en la cual Mena intenta piezas geométricas y líneas abstractas para definir una forma más evolucionada.

En la primera etapa, el dibujo es simple. En un solo volumen, modela la cabeza, el torso y las piernas. En la base, grandes pies; en los brazos, grandes manos. Estos tapes están solos y estáticos y no se dejan ver mucho porque todavía no piensan. Algunos hacen gestos, toman mate. A veces es un caudillo de pueblo. Otras, un político conversador y convencedor. Por allí, una mujer que se sostiene en una escoba rudimentaria. O un paisano hecho una sola cosa con una guitarra, guitarras gordas como las alpargatas, que parecen zuecos de madera. O un Cristo clavado en una cruz, con un facón que lo atraviesa, de bombachas rayadas y una vincha en la cabeza. Forman parte de una escala social en la que alternan tipos campesinos y tipos ciudadanos. En esa escala están los desposeídos y los que tienen mando. Entre éstos, "el comisario", satisfecho de su autoridad, tomando un mate que seguramente le ha alcanzado un preso manso y respetuoso. El comisario, como todas las figuras de Mena, está encerrado en sí mismo y nadie sabe lo que piensa, ni aun su creador, porque éste es respetuoso para con sus criaturas.

En la segunda etapa, los aditamentos desaparecen. Ya la talla se ha cerrado en su mundo interior. El artista demuestra que ya sabe cómo aumentar los rasgos significativos de su piezas de madera, para que los tapes logren vida propia. Sus figuras están solas. Pero no siempre. A veces, están juntas cuando el destino las une. Y ese destino se reparte en la relación del amor (un paisano con su china en ancas: Caballo, mujer y hombre, en una sola talla), o en el dolor (una madre y su hijo) o en la enfermedad (un médico que ausculta el pulmón de un hachero).

La alegría y el sufrimiento adquieren jerarquía en estas tallas, verdadera galería de personajes tomados de la realidad, inmediata, si bien como deformados por rasgos caricaturescos. Pero aunque el mismo Mena definía a sus tallas como "caricaturas de madera” no hay en ellas nada disparatado o ridículo. Piezas trascendentes, la humanidad que cargan, a veces dramática, ahonda en una realidad sociaL

En la tercera etapa, dueño ya de todas las posibilidades del tallista perfecto, enfrenta un cambio. No abandona a sus, personajes, pero los recrea despojándolos de todo pintoresquismo circunstancial. Permanece la figura humana, pero la forma se modifica. Son formas geométricas en donde los volúmenes no intentan la representación realista. Tal vez ese cambio no provenga solamente de una nueva orientación estética próxima a la experimentación propia del arte de vanguardia, sino de una modificación de la sociedad, que el escultor aspira a expresar en toda su autenticidad. Mena no podía dejar de percibir que su mundo cambiaba, y que los rayos de la nacionalidad se transformaban a medida que se borraban las fronteras del regionalismo. En esta última etapa, se acercó más que nunca al artista universal que hay en el fondo de todo gran artista.


LA POESIA

En 1931, Mena publica Virolas y otras chafalonías, poesías escritas, dice en el prólogo, para sus "paisanos y extranjeros identificados con nuestra tierra". En 1941 aparece la versión corregida de esta obra, con el título de Virolas. Si se piensa en la prisa con que Mena se desprendía de sus tapes, es significativa la morosidad con que retocaba y rehacía sus versos, y cómo los guardaba dentro de una unidad vigilada, como si los versos fueran la expresión de su permanencia, y las tallas el trabajo creado con naturalidad. La resultante es una poesía que revela el don de observación y el poder de síntesis que poseía Mena. Así como al tallista le bastaban pocos trazos para mostrar una figura humana con toda la carga de -su destino, al poeta le alcanzaban pocas palabras para contarnos una historia. En Virolas está dibujado, con las palabras justas, el perfil de un paisano que no alardea de sus éxitos y que se llama “El Zonzo”:

Un desconocido
llegó una mañana
buscando trabajo.

Le gustó la estancia
y habló al capataz.
Como hiciera falta
entró de mensual
en "La Malacara".

Con ninguno, nunca
cambió una palabra;
era tan poquita
cosa, que en la estancia
le apodaron todos:
el Zonzo Miranda.

Pasaron los meses
y nunca por nada
supieron la historia
del Zonzo Nfiranda.

Hasta que el boyero
cierta madrugada
en rueda de peones
dijo estas palabras:
"Anoche muy tarde
yendo a buscar agua
vi a la patroncita
detrás de la casa
en los mismos brazos
del Zonzo Miranda".

Y desde ese día
toda la peonada
le dice con odio
y a secas: Miranda.



El Fogón de los Arrieros

En 1945, el constante caminador que fuera Juan de Dios Mena encontró un lugar fijo de residencia cuando Aldo Boglietti lo invitó a pasar las noches de lluvia en su casa de Resistencia. Sería una fecha definitiva para ambos, porque ese mismo año, y de esa entrañable amistad, nace el Fogón de los Arrieros. Mena había llegado de paso, con su tallercito ambulante y precario: una mesa, una silla de paja, algunas herramientas y el viejo baúl con sus pertenencias de viudo solitario. A partir de ese año, su vida y su quehacer artístico se consolidan. Mena sería el Capataz y Aldo Boglietti el Peón del Fogón de los Arrieros, títulos otorgados, con el tiempo, por cuantos pasaron por esa casa de fraternidad y amistad desinteresada.

El viejo Fogón, una casa en la calle Brown de la capital chaqueña, fue sustituido por un edificio moderno, donde se acumulan obras de plásticos, de poetas, de creadores de todos los ámbitos. En la parte superior persisten las dos habitaciones: la del Peón y la del Capataz, que Mena no llegó siquiera a ocupar, al morir repentinamente en 1954. En la entrada están la silla de paja, el taller rudimentario, las gastadas herramientas y la mayoría de las tallas que fue desparramando generosamente, durante años, entre los que pasaban por el Fogón. Gran parte de ellas han retornado y, juntas, permiten seguir la trayectoria creadora del tallista.

El Fogón de los Arrieros, entretanto, ha proyectado su nombre y sus características fuera del país, como una institución indefinible y única en su género. El lema de Juan de Dios Mena, que gustaba reiterar zumbonamente mientras tallaba, sigue presidiendo el lugar: Desensille, haga noche, pero no se aquerencie…


Interior del Fogón de los Arrieros, refugio
de Juan de Dios Mena, donde se conserva
la mayoría de su obra de tallista.





Paraná, el pariente del mar. Ed. Biblioteca 1973.

El imaginero criollo


Si existe una "sociología de la imaginación" que permite establecer relaciones entre el estilo y las orientaciones culturales que las enmarcan, la obra artística de Juan de Dios Mena, versos y tallas, tienen como objetivo la lectura en el contexto de la tradición del arte popular. Como los imagineros que tallaban figuras que eran elementos de devoción, sujetas a los cambios de costumbres, Mena recorre un largo camino en tres grandes etapas de transformación, como lo ha señalado reiteradas veces la crítica de arte, creando una tipología muy vasta de un contexto social con el cual se identifica. El estilo de sus tallas, donde predomina un elemento de exageración y distorsiones agresivas, refleja claramente una concepción del mundo de tipo "populista" que no es ajena a las sátiras de un Daumier, a las denuncias de Hernández o al tierno humor de los gauchos de Estanislao del Campo, en un amplio espectro cultural de reservas, marginadas entre las distorsiones de lo popular y lo culto. Su originalidad proviene, entonces, del despoja miento que fue haciendo su espíritu para desprenderse de todos los lastres que él consideraba ajenos a la esencia de un linaje telúrico. Su originalidad consiste en haber creado una obra marginada para quienes no se sienten "identificados con nuestra tierra", aun cuando, por supuesto, esas limitaciones o preconceptos rectores no alteran la calidad de objeto de arte que las independiza de sus teorías, o mejor de sus concepciones contradictorias. Cierta vez dijo que sus piezas talladas no era esculturas sino "caricaturas de madera". Quería decir, como, que sus obras eran apenas esbozos, lineas que se cruzaban y formas indecisas rodeando un límite definido: el alma de los seres que lo rodeaban. Esos que él veía tan claramente en su alrededor. Parecía no haber en sus creaciones, una deliberación estética. Por eso dijo que "las exposiciones de escultura me dejan más frío que una heladera". Pero había una voluntad definitoria que fue conformando una visión de estilo, un estilo auténticamente suyo. Su originalidad proviene de haber buscado el fondo de cada ser marginado para ubicarlo en el mundo de otras relaciones culturales. Sus tallas, como su poesía, nos muestran individuos esbozados con una penetrante psicología de la vida, criolla o urbana, como lo haría con jovialidad Fray Mocho, dentro de la picaresca de un retratista como Roberto Payró, en relación con los "grotescos" del teatro de Armando Discépolo. en una íntima relación entre lo trágico y lo cómico, donde no faltan los gauchos festivos o trágicos de Florencio Molina Campos en unas temperas "de almanaque" Que perduran como paisanos de los "tapes" de Mena. "¿Caricatura? ¿Sátira? ¿Grotesco?" Son las preguntas que se hace el crítico José León Pagana en 1936 frente a su primera exposición en Buenos Aires, cuando se encuentra con unas tallas policromadas que resultan difíciles de enmarcar en un estilo o en una escuela, aun cuando las reconoce como "la expresión de un arte bellamente representativo". A partir de esos años se puede formar una pirámide a la cual se sube desaprensivamente al principio, ligeramente y con sonrisas de aprobación después. pero que. poco a poco, nos va sumiendo en un mundo pobremente dramático. Su contacto con los hombres de campo le había dado un . destino, un carácter, una ideología, y su obra había nacido lejos de otros destinatarios que no ¡" fueran esos paisanos para los cuales comenzó a crear un mensaje que ellos podían descodificar o entender sin ningún esfuerzo. Los imagineros tallaban elementos de devoción para los creyentes y transmitían los efectos de una comunión en ese ámbito religioso. Nuestro imaginero criollo comienza a tallar sus "muñecos" para divertir a los paisanos de la estancia. remedando, caricaturizando. deformando, "con la esperanza de que hasta los hombres de clase mas baja pudiesen percibir su tendencia: y en realidad, las pasiones pueden expresarse con mayor energía mediante una pincelada vigorosa y audaz que con el grabado más delicado ... ", Quizá sorprenda saber que estas palabras pertenecen al autor de los "grotescos" del arte popular holandés del siglo XVIII. Hogarth, del cual dijo un crítico europeo estas palabras, que parecen mentar alas grotescos inclasificables de Mena: "En todo el siglo XVIII los grabados de Hogarth fueron convertidos a menudo en cuadros muy primitivos. relegándolos por completo al ámbito del arte popular. Simplificando mucho los originales, y sumándoles con frecuencia detalles brutales y caricaturescos, procuraron obtener expresiones exagerada mente grotescas...". El artista y el creador de formas se caracterizan por un espíritu de concentración que lo ensimisma en lo que tiene de imaginario la realidad inmediata. Sus estados de sueño o de vigilia poseen y desencadenan una energía a través de la cual revive obscuros e inconscientes estados de simpatía con el mundo. Esa concentración mental le permite interpretar y expresar el mundo de las profundidades. de las cuales no sale en ese instante de la revelación. Después que esas energías cesan, el artista parece un hombre como todos los demás. aun cuando está siempre en "un estado de emergencia", Gastón 8achelard dice que la profundidad y la exuberancia de un poema son siempre fenómenos de la duplicación resonancia - repercusión, a través de la cual. el artista (el poeta) reanima en nosotros unas profundidades. Lo significativo de esa "concentración" es que reúne en el campo de la imaginación lo que estaba disperso en el mundo de las realidades objetivas. y que opera como una fuerza de atracción magnética que atrae al objeto y lo devora para convertirlo en la imagen ilusoria) del mundo exterior, en un juego inevitable que va desde afuera hacia adentro y desde ese centro se revierte convertido en otro mecanismo de la conciencia. La concentración es posesión de una soledad esencial que la obra del artista devuelve al mundo para poder reintegrarse a él. Los imagineros de América Hispánica tallan anónimas figuras religiosas del culto de los conquistadores y desde los altares y los púlpitos ingresan al nuevo mundo del cual estaban marginados. Juan de Dios Mena comienza a tallar cabezas de paisanos y se integra a un mundo que , para él es un símbolo de la genuinamente nacional. El es un testigo con una visión doble que proviene de un movimiento del alma que mira y registra. Su simpatía con esos criollos inmediatos oculta un rechazo de las "bellas artes", y como los imagineras anónimos se pierde en el anonimato de aquellos que llevan sus primeras piezas hacia el olvido o el silencio. Es la misma actitud del coplero que se siente feliz solamente por haber sido destinado por Alguien para cantar y fundir sus versos con los demás. En esa primera época sus tallas se diferencian no solamente porque debe recurrir a materias ajenas (pelos, trapos, sombreritos, accesorios), sino porque todavía el artesano, ensimismado en la relación inmediata, cambia "bromas" que tienen formas de "esculturas" o "muñecos" o "caricaturas" de madera. Es caricatura porque acentúa rasgos, deforma y esquematiza a personas que esos criollos conocen con el rostro verdadero de todos las días. Existe de esa época un testimonio personal recogido en un reportaje de Manuel García Hernández, publicado en 1941, en el diario de Lima, La Crónica, en el cual luego de contar -con ligeras modificaciones- la anécdota del mango del bastón, Mena dice:

"Ya no sabía nada de escultura, ni sonaba que algún día pudiera hacer nada de esto que hago ahora. Por eso, a esa misma ignorancia debo que siempre he sido libre. No sigo a nadie. Seguí haciendo cabezas de gente conocida de la estancia. Las animaba poniéndoles cabellos ásperos, bigotes de cerda y con ellos nos reíamos. La peonada celebraba se interesaba cada vez más. Algunas veces les colocaba a esas cabezas hongos del campo por sombreras y así fue cómo nació en mí la noción de escultura. De esa diversión, de ese pasatiempo campero, ha nacido este arte propio. Mis muñecos, caricaturescos, grotescos, tienen, sin embargo, expresiones humanas ... ".

Turno

San Telmo

Rezando

Pobre criollo

Paisano

Muchacho

Mazamorra

Libro fiel

Juez de paz

Hijo del pais

Folklore

El nene

El Choclo

Cirujano

Asalto

Armonica

Algarrobo